Oriette D’Angelo (Caracas, Venezuela, 1990).
Estudió Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Creadora de la plataforma literaria Digo.Palabra.txt. Fue Coordinadora Creativa de la revista digital Sorbo de Letras. Con su obra Cardiopatías ganó el Premio de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores, mención Poesía, edición 2014 (por publicarse). Obtuvo una mención en el Concurso Literario Nacional e Internacional “Palabras sin fronteras”, edición 2013, de Bruma Ediciones (Argentina). Sus poemas aparecen en diversas antologías y revistas digitales, entre ellas 102 poetas. Jamming (Oscar Todtmann Editores, 2014) y ¿Acaso esta atrocidad es el centro de todo? (Stillness & Blood Press, 2015) recientemente publicada en México.
Blog: http://oriettedangelo.blogspot.com
Twitter: @Oriettedangelo
Los poemas aquí presentados pertenecen a su libro Cardiopatías.
En caso de incendio, rompa el vidrio
Un pasado roto no es nada.
Al final te das cuenta de que nunca estuvo entero del todo.
Manolo García
Tic-tac en los dedos. Eres una unidad convencional no permitida. [manecilla rasgada]. El vacío de un nombre. Pertenencia ausente. Mi pasado roto. La caja torácica carcomida por los perros. Designación vagabunda. Sueño que me quemo en tu regazo. Sueño que el incendio es un amorío cruel junto a una jauría. Sueño que me salvas mientras me dejas calcinada, en ese campo crematorio que hiciste cuerpo. En caso de incendio, rompa el vidrio. En caso de incendio, rompa en llanto. Muera a tiempo. Busque refugio, que donde hay tres nunca hay nadie que lo salve.
Demasiado hueso, demasiado calcio
Nada sabemos del final hasta que nos quebramos.
Las costillas sólo suenan cuando se rompen. Le pedimos al amor ser puente sobre barrancos y ahí nos quedamos, en la suspensión. Siempre pensé que tu boca tendría sabor a aspirina. [angina de pecho. sensación de estrangulamiento localizado que dura quince minutos antes del infarto]. Dejarte fue aliviar la sensación de una muerte repentina. Dejarte fue tan fácil como cualquier herida que se cura con alcohol. Unos minutos para ser pasado, para ser el muerto-de-alguien, para ser la-carga-del-otro. Lanzarse al vacío fue siempre cosa mía. [y me quebré]. Demasiado hueso, demasiado calcio. Había tanto que quebrar que decidiste quererme poco. Me dejaste con el cuerpo hinchado de árboles. Con la imaginación fracturada. Le pedí a nuestro amor que fuera un puente sobre un barranco, pero sólo fue una medida preventiva para no caer al vacío tan pronto.
Quince minutos para ser póstumo
Ciudad de accidentes cardiovasculares. Avenidas como venas rotas de tanta grasa. Ciudad de misiles en dos ruedas. Ciudad de Yani Conte asesinado. Sueño incompleto sin poder dormir. Dicen los cuchillos que un hombre es un delito común, que un asesinato impune es prontuario negligente. ¿Han visto alguna vez una mancha de sangre en el concreto? Se asemeja a una mancha de aceite, pero más espesa, más humilde que el petróleo, más sincera. Todo lo de Yani se quedó póstumo y en lo póstumo él no deja de cantar. Los cuchillos dicen lo que la ciudad calla y aun así hablan más de la cuenta. Salgo a la calle y veo a un asesino en cada hombre. Una puñalada / dos puñaladas / seis puñaladas. No hay número exacto en las variables del duelo. El cuerpo roto hace entender la cobardía del ataque: la raja inexacta del asesino inexperto. El lugar de la coincidencia: la Caracas extraviada. Tres y cincuenta y cinco. Cuatro y diez de la mañana. Quince minutos para ser póstumo. La otra parte de la historia está borrada por la huida.
Cobardía se escribe con [C] de Caracas. Una mano asesina es una huella adulterada, un ADN intervenido. Quince minutos y Yani Conte no dice. Sólo queda una ciudad para tragar en seco y recordar.
A Yani.